4/3/13

DESPUÉS DEL SISMO (capítulo I )

              DESPUÉS DEL SISMO (capítulo I )


Es el verano de 1987, el párroco de la parroquia nuestra Señora del Carmen, en la comuna de Quilicura, era  el padre Gerardo Parent Dubois, un cura francés que atraído por el evangelio había venido a nuestro país buscando la gente más pobre para vivir, junto a ellos la fe.
Luego de permanecer entre las aldeas en Bolivia, llegó a la Región de Temuco y desde allí su itinerario desembocó en esta comuna.
Llevaba ya algunos años en la parroquia, cuando sobrevino el terremoto del año 1985.
Un fuerte sismo que al atardecer sacó de la calma a nuestro país desatando el caos y la desesperación.
El templo parroquial que tenía una data de más de ochenta años, no pudo resistir el fuerte temblor, quedó muy deteriorado  y debió ser demolido para dar paso a un renovado templo de acuerdo a las normas del Concilio vaticano II.
El nuevo templo se construyó en forma octogonal con unas imponentes  columnas y en el centro, en el atrio principal se instaló el altar o la mesa de la Eucaristía.
En el lugar desde donde se preside la asamblea, quedó un amplio muro de color blanco donde el arquitecto diseñó algo así como un rectángulo dividido en dos partes simétricas, aproximadamente unos diez metros.
El templo tenía una cierta majestuosidad en su construcción sin embargo la excesiva presencia de cemento no permitía que se produjera la intimidad, lo esencial para el encuentro de los fieles con la divinidad.
El templo era por tanto algo frío y muy distante.
El templo anterior era una vieja construcción de adobes con el típico campanario al costado derecho. Su capacidad no era para más de doscientas cincuenta personas.
En mi mente yo manejaba ya la idea de cambiar aquello y una serie de imágenes y colores se agolpaban a mi mente cada vez que miraba ese rectángulo blanco.
Por entonces concebía un espacio celeste donde se movía el manto de la virgen María y comunicaba la tierra con el infinito cielo azul.
Yo pertenecía a la comunidad del camino neocatecumenal. Nosotros celebrábamos cada sábado la Eucaristía, porque precisamente el templo fue concebido de acuerdo a la estructura de una asamblea participativa.
Desde el fondo, se presidía la celebración en un nivel algo más alto que el resto de la superficie del templo. Era como explicábamos a la gente “la cabeza visible del cuerpo de la Iglesia”.
Desde la presidencia se pasaba al atril o ambón de la palabra que se alzaba como la “boca” de este cuerpo místico, desde allí surgía la palabra y se proclamaban las lecturas.
Y viniendo hacia la entrada principal estaba la “mesa del banquete”, rodeada de una asamblea circular en gradas en diferentes alturas.
A escasos metros de la mesa hacia la entrada principal se había construido una pila bautismal con siete gradas de descendimiento que la describíamos como el vientre, como el “útero de la Iglesia”, donde se da a luz a los nuevos cristianos.
En el centro de la asamblea estaba pues la mesa del banquete, era una mesa de madera con unos hermosos diseños labrados de las especies de la eucaristía, el pan el trigo, la uva y el vino. El carpintero captó la esencia del modelo que yo le había entregado.
Desde cualquier lugar de la asamblea se conectaba con la presidencia y desde la presidencia se podía observar la presencia de un pueblo, de una asamblea.
Cada día sábado nos reuníamos allí un grupo no superior a las sesenta personas.
Una noche al término de la Eucaristía conversé a solas con el párroco.
La Eucaristía la celebraban de forma renovada las comunidades del camino  Neo catecumenal , una nueva experiencia de fe que había nacido al término de los sesenta  en una localidad de España.
En Quilicura las primeras experiencias de este camino renovado de la liturgia se iniciaron en 1979 y desde entonces era casi normal la celebración de la Eucaristía los días sábados por la tarde.

EL GRAN MURO BLANCO (capítulo II )




Aquel día sábado, La Eucaristía  había finalizado y me acerqué al Padre Gerardo.
La conversación no fue tan extensa. Obviamente que él ya reconocía mis trabajos pictóricos.
-¿Qué le parecería Padre, que pintáramos un mural, en el muro central, sobre la   
  Presidencia?
Estábamos ubicados en la entrada del templo y teníamos desde allí, toda la panorámica.
Nuestras miradas se concentraron en el gran muro blanco rectangular.
-¿Y qué necesitarías Mario para eso?
-Bueno, usted ya sabe, tendríamos que construir un andamio, algo más seguro. No se puede estar allí sobre una escalera.
Habría que construir un andamio y poner algunas protecciones en el respaldo.
Lo demás son las pinturas, esmaltes, y todo el material de pintura.
El párroco fingió cierta calma, pero sus ojos brillaron y adiviné su gran ilusión en aquello.
 -¿Y cuánto tiempo supones que vas a necesitar para terminar el mural?
Sin meditarlo mucho y sin dimensionar la empresa afirmé:
-Yo supongo que un par de meses.
 Lo ideal sería firmarlo en la pascua o tal vez en pentecostés, depende del tiempo que le dedique.
Estábamos en verano y la pascua vendría a fines del mes de abril
-¿Y qué pintarías ahí?- Inquirió el párroco.
-Bueno, obviamente algo que diga relación con nuestra parroquia.
Una imagen relacionada con la virgen y que identifique a los fieles.
Algo que esté vinculado al nombre de la parroquia, a la imagen del Carmen.
-Pero sería muy bonito, una virgen algo chilena, con el ambiente del campo, con gallineros, aves…
Comprendí su mentalidad, pero no podía compartir aquel pensamiento algo extranjero.
-No me parece, Padre, en verdad pienso en algo más clásico, más universal. Tendré que verlo.
Haremos unos bosquejos y se los exhibiré.
-Bueno, y tu mismo te encargas de la pintura y esos materiales.
Así comenzó el trabajo.






ALGO DEL CIELO EN EL MURO (capítulo III )




El padre no tenía ninguna duda del impacto que provocaría un mural en el templo y como esto iría absolutamente de la mano con la fe de nuestro pueblo.
En los muros exteriores ya había dos murales que llamaban poderosamente la atención de los quilicuranos: La mujer del Apocalipsis y el descendimiento de la cruz.
Ambos los había ejecutado unos meses antes y aunque de menor tamaño, me habían llevado un considerable espacio de tiempo.
A la entrada de la parroquia, en el muro de la gruta había diseñado la mujer que describe el Apocalipsis:

“Una gran señal apareció en el cielo, una Mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza. Está encinta y grita con los dolores del parto y con los tormentos de dar a luz.
Y apareció otra señal en el cielo: un gran dragón rojo, con siete cabezas y diez cuernos y sobre sus cabezas siete diademas…”

Finalmente la humedad, la intemperie y la lluvia deterioraron ambas obras y la pintura comenzó a dañarse y fue casi inútil su recuperación.
Provocaron un gran impacto y especialmente los niños investigaron mucho acerca de estas escenas.
Al cabo de cinco o seis años irremediablemente hubo que cubrirlas.
El rectángulo simétrico blanco era un gran desafío porque no era plano sino que era similar a un libro abierto.
El trabajo tomaría cerca de un año.
Sin embargo esto comenzaba con el diseño, con la maqueta del mural.
Decenas de bosquejos reales e imaginarios. La idea era traer un poco de cielo a este espacio y que no perdiera la esencia de lo que el templo significaba para Quilicura.
Largas horas de meditación.
 Muchos momentos de  lectura y de escrutar el texto bíblico sobre la anunciación.
El pequeño pasaje de san Lucas, lo leí cientos de veces, el saludo del ángel y la respuesta de María, estaban impregnados en mi corazón.

..”Y habiendo entrado el ángel donde ella estaba, le dijo: Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo, bendita tú entre las mujeres.
Ella se turbó al oír estas palabras y consideraba que significaría esta salutación. Y el ángel le dijo: no temas María, porque has hallado gracia delante de Dios: concebirás en tu seno y darás luz a un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande y será llamado hijo del altísimo, el señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará eternamente sobre la casa de Jacob y su reino no tendrá fin.
María dijo al ángel: ¿De qué modo será esto, pues no conozco varón? Respondió el ángel y le dijo: El espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra, por eso, el Santo que nacerá de ti, será llamado hijo de Dios...”
El texto en latín, logré memorizarlo completamente.
Al cabo de un mes. El diseño que iría en el muro estaba ya preparado.
La obra tenía una intimidad, porque en realidad nadie había visto el bosquejo de lo que aparecería en el muro blanco.



¿CUÁNDO LO TERMINARÁS? ( capítulo IV )


CUÁNDO LO TERMINARÁS ( capítulo IV )


Observé y estudié detenidamente muchísimas pinturas sobre la escena del anuncio, tardes de estudio concentrado en textos de pintura, recorriendo las finísimas y hermosas obras que hace tantos años inspiraron a los maestros de la pintura.
Me trasladaba luego de mi trabajo como profesor, hacia el barrio San Diego, lugar donde se instalaban los vendedores de libros usados y ahí cada tarde deambulaba por el arte universal, los museos y los maestros.
Un día descubrí una tela que me cautivó.
Era “La anunciación”, del pintor Italiano Sandro Botticelli.
La imagen representaba el saludo del ángel quien portaba un nardo, María conturbada  y al fondo se podía divisar el paisaje de Nazaret.



El andamio que se construyó era bastante inapropiado, pero el deseo de plasmar “el anuncio” en aquel enorme muro a una altura de un metro y medio era más potente que las dificultades.
La copia del borrador me tomó muchos días porque la posición era muy incomoda puesto que como expliqué antes, la parte central del muro no era plana sino que estaba hundida en un ángulo obtuso de 135º. Una especie de pórtico.
El trabajo era enorme y muy dificultoso, el ir y venir sobre el andamio era constante.
Y como suele ocurrir nadie veía nada sobre el muro, sin embargo yo tenía la perspectiva de lo que sería aquello.
Cada imagen medía cerca de dos metros.
La parte central era una gran dificultad, porque la composición iba en perspectiva hacia el interior.
Finalmente se resolvió estableciendo allí un portal  que conectaba la habitación de María con el paisaje de fondo.
Un juego de luces y sombras crearía un ambiente algo irreal para el encuentro de María.

El padre Gerardo aparecía de vez en cuando en la soledad de la noche y parodiaba la pregunta de Clemente VII, expresando con fuerte voz:
¡Mario! ¿Cuándo lo terminarás?
-Es un poco lento padre, ni Miguel Ángel tuvo tanta incomodidad como esta.
Esto era verdad. Resultaba muy incómodo el movimiento además que tenía un margen de inseguridad porque el andamio había sido construido pensando en que se cubriría un muro de manera normal.
Y esto era una inmensa lámina que tenía todo tipo de tonalidades.
A veces opté por atarme a los fierros en caso de desequilibrio.
A veces pintaba hasta muy tarde, mi casa quedaba cerca del templo así que fácilmente me daban las dos o las tres de la madrugada.
Tuvimos que resistir la constante crítica de los feligreses por lo poco estético que se veía el templo con ese andamiaje y con algunos plásticos que ocultaban groseramente la pintura.
El problema principal eran las ceremonias de los matrimonios. Mucha gente elegantemente vestida y  que tenían como fondo unos plásticos flotando y algo difuso tras ellos.
Todo cambiaría cuando el mural estuviese terminado.
De vez en cuando aparecía algún amigo que miraba con cierta incredulidad lo que ocurría: El muro era enorme y yo pintaba sólo.
Paro también más de uno me ayudó a  dar unas pinceladas.
El desarrollo del mural fue lento y fatigoso, interminable: pintar, borrar, cambiar, blanquear.

LA CATEQUESIS EN EL MURO (capítulo V )

LA CATEQUESIS EN EL MURO (capítulo V )


En febrero del año 1988, el mural fue terminado y cambió el rostro del templo. Era imposible no mirar sus detalles mientras se estaba en el interior, sus colores y como cada una de sus formas invitaban a la paz.
Lo cierto es que a media semana, consideré que la obra estaba terminada, aunque nunca tuve la vista de la pintura, siempre el andamio y el plástico me impedían observar con nitidez todo aquello. Y le expliqué al párroco que ya se podía despejar la pintura.
Y fue muy extraño esto.
Al cabo de un año, el sábado por la mañana acudí al templo para ver como había terminado todo.
Quedé sorprendidísimo.
El mural era precioso, sobre el fondo blanco predominaba el tono oro rubí, era muy intenso pero me dije a mi mismo que eso sería resuelto cuando le aplicáramos el betún de Judea, los colores se apaciguarían y el mural adquiriría la tonalidad mística que tanto agrada a los sacerdotes  ya los artistas católicos.
Me felicité por la perspectiva de la pintura.
Los colores jugaban con las líneas de luz y los muros del fondo iban y venían según como se les mirase.
María y el ángel presentaban interminables detalles.
Me gustaba observar las personas durante la misa y siempre descubría que alguien se quedaba contemplando algún detalle de la obra.

Fueron inspirados en las figuras de Sandro Botticelli pero no era posible reproducir esos colores y esos efectos sobre el muro.
La pintura de Sandro Botticelli es una preciosidad, las transparencias y el tratamiento de las figuras y su ropaje son incomparables.
Sin embargo alguien podría reconocer el movimiento del ángel y María.
El único detalle defectuoso fue el muro detrás de la virgen que quedó levemente elevado en relación a la línea central. Pero esto en realidad dependía de que lugar del templo fuera observado.
Sería fácil corregirlo.
Sin embargo nunca lo hice.
Cuando alguien contemplaba la obra era inevitable seguir con la vista las palabras en latín que el ángel había pronunciado:
"Ave María, gratia plena,dominus tecum,
benedicta tu in mulieribus et bendictus
 fructus ventri tui Jesus..."

Una tarde de verano, en una de las misas de la tarde expliqué los detalles de la pintura a un grupo de no más de 300 personas.
No hacía falta más, la virgen y el ángel estaban a la vista.

Allí permaneció “el anuncio” por varios años, una catequesis pictórica imborrable para la vista.
Al término de la década de los noventa, el padre Gerardo abandonó la parroquia de Quilicura.
Su lugar fue asumido por el nuevo párroco, el padre José Tomás Salinas.
Al cabo de un año, el padre José Tomás inició una serie de transformaciones en el templo y en la organización de la pastoral de la parroquia.
En el año 2002, un domingo por la mañana, mis ojos no podían creer lo que veían.
Abrúptamente el mural fue eliminado con unas capas de pintura de color blanco.
María, el ángel y el paisaje de Nazaret, habían desaparecido.
En su lugar se instaló la tradicional imagen de la Virgen del Carmen, y un florero a sus pies.
Durante la misa, en la soledad de mi oración, algo desconcertado, sentí correr unas lágrimas por mis mejillas.



EL ANUNCIO BAJO LA CAPA DE PINTURA (Capítulo VI)


                      
El tiempo inexorable sigue transcurriendo.
No hubo explicación por aquello. Sin embargo a mi me parecen tristes las casas con los muros vacíos.
A mi me parece triste el blanco del muro desolado en el centro del templo.
Pero por esos días, en un silencio sin respuestas, viví los momentos de la decepción y me retraje.
No obstante, en los instantes de mayor tribulación  que me provoco este episodio, un día mi hija Rocío, con la simplicidad de siempre, me comenta:
“El cuadro no se ha borrado, aún está ahí bajo las capas de pintura. Un día alguien lo descubrirá, es nada más que eso.”
Desde entonces cada vez que miro el muro blanco, dibujo con mi vista el contorno de cada detalle y cobran vida los rostros de María y de Gabriel.
Pienso que tal vez, en un tiempo más, en algún momento de nuestra historia, no se cuando, el rostro de María aparecerá tras las capas de yeso y de pintura.
Es nada más que eso.
Unas capas de pintura que en Quilicura, ocultan la escena de mayor trascendencia del cristianismo.