4/3/13

¿CUÁNDO LO TERMINARÁS? ( capítulo IV )


CUÁNDO LO TERMINARÁS ( capítulo IV )


Observé y estudié detenidamente muchísimas pinturas sobre la escena del anuncio, tardes de estudio concentrado en textos de pintura, recorriendo las finísimas y hermosas obras que hace tantos años inspiraron a los maestros de la pintura.
Me trasladaba luego de mi trabajo como profesor, hacia el barrio San Diego, lugar donde se instalaban los vendedores de libros usados y ahí cada tarde deambulaba por el arte universal, los museos y los maestros.
Un día descubrí una tela que me cautivó.
Era “La anunciación”, del pintor Italiano Sandro Botticelli.
La imagen representaba el saludo del ángel quien portaba un nardo, María conturbada  y al fondo se podía divisar el paisaje de Nazaret.



El andamio que se construyó era bastante inapropiado, pero el deseo de plasmar “el anuncio” en aquel enorme muro a una altura de un metro y medio era más potente que las dificultades.
La copia del borrador me tomó muchos días porque la posición era muy incomoda puesto que como expliqué antes, la parte central del muro no era plana sino que estaba hundida en un ángulo obtuso de 135º. Una especie de pórtico.
El trabajo era enorme y muy dificultoso, el ir y venir sobre el andamio era constante.
Y como suele ocurrir nadie veía nada sobre el muro, sin embargo yo tenía la perspectiva de lo que sería aquello.
Cada imagen medía cerca de dos metros.
La parte central era una gran dificultad, porque la composición iba en perspectiva hacia el interior.
Finalmente se resolvió estableciendo allí un portal  que conectaba la habitación de María con el paisaje de fondo.
Un juego de luces y sombras crearía un ambiente algo irreal para el encuentro de María.

El padre Gerardo aparecía de vez en cuando en la soledad de la noche y parodiaba la pregunta de Clemente VII, expresando con fuerte voz:
¡Mario! ¿Cuándo lo terminarás?
-Es un poco lento padre, ni Miguel Ángel tuvo tanta incomodidad como esta.
Esto era verdad. Resultaba muy incómodo el movimiento además que tenía un margen de inseguridad porque el andamio había sido construido pensando en que se cubriría un muro de manera normal.
Y esto era una inmensa lámina que tenía todo tipo de tonalidades.
A veces opté por atarme a los fierros en caso de desequilibrio.
A veces pintaba hasta muy tarde, mi casa quedaba cerca del templo así que fácilmente me daban las dos o las tres de la madrugada.
Tuvimos que resistir la constante crítica de los feligreses por lo poco estético que se veía el templo con ese andamiaje y con algunos plásticos que ocultaban groseramente la pintura.
El problema principal eran las ceremonias de los matrimonios. Mucha gente elegantemente vestida y  que tenían como fondo unos plásticos flotando y algo difuso tras ellos.
Todo cambiaría cuando el mural estuviese terminado.
De vez en cuando aparecía algún amigo que miraba con cierta incredulidad lo que ocurría: El muro era enorme y yo pintaba sólo.
Paro también más de uno me ayudó a  dar unas pinceladas.
El desarrollo del mural fue lento y fatigoso, interminable: pintar, borrar, cambiar, blanquear.

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