Aquel día
sábado, La Eucaristía había finalizado y me acerqué al Padre
Gerardo.
-¿Qué le
parecería Padre, que pintáramos un mural, en el muro central, sobre la
Presidencia?
Estábamos
ubicados en la entrada del templo y teníamos desde allí, toda la panorámica.
Nuestras
miradas se concentraron en el gran muro blanco rectangular.
-¿Y qué
necesitarías Mario para eso?
-Bueno,
usted ya sabe, tendríamos que construir un andamio, algo más seguro. No se
puede estar allí sobre una escalera.
Habría que
construir un andamio y poner algunas protecciones en el respaldo.
Lo demás
son las pinturas, esmaltes, y todo el material de pintura.
El párroco
fingió cierta calma, pero sus ojos brillaron y adiviné su gran ilusión en
aquello.
-¿Y cuánto tiempo supones que vas a necesitar
para terminar el mural?
Sin
meditarlo mucho y sin dimensionar la empresa afirmé:
-Yo supongo
que un par de meses.
Lo ideal sería firmarlo en la pascua o tal vez
en pentecostés, depende del tiempo que le dedique.
Estábamos
en verano y la pascua vendría a fines del mes de abril
-¿Y qué
pintarías ahí?- Inquirió el párroco.
-Bueno, obviamente
algo que diga relación con nuestra parroquia.
Algo que
esté vinculado al nombre de la parroquia, a la imagen del Carmen.
-Pero sería
muy bonito, una virgen algo chilena, con el ambiente del campo, con gallineros,
aves…
Comprendí
su mentalidad, pero no podía compartir aquel pensamiento algo extranjero.
-No me
parece, Padre, en verdad pienso en algo más clásico, más universal. Tendré que
verlo.
Haremos
unos bosquejos y se los exhibiré.
-Bueno, y
tu mismo te encargas de la pintura y esos materiales.
Así comenzó
el trabajo.
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